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Un blog de relatos eróticos y cocina con solera. Los relatos narran las aventuras de cuatro mujeres divorciadas y sus conversaciones sobre sexo y hombres. Las recetas se elaboran siguiendo viejos cuadernos de cocina, escritos a principios del siglo XX


sábado, 8 de diciembre de 2012

LA TEORÍA DEL LOGOFONOFALOCENTRISMO

 "El mundo se mueve por cojones"
   Katty Lloyd y Wynie Smith salieron risueñas esa noche. Las habían invitado a la inauguración de una exposición de esculturas en una galería de arte propiedad de una familia de rancio abolengo. Katty, niña de alta cuna, se sentía como pez en el agua entre aquellas señoras recién salidas de la peluquería y luciendo estilismos de cotizadas marcas. Caballeros enchaquetados que olían a perfume caro las saludaban con sonrisas suaves y ligeras inclinaciones de cabeza mientras ellas, mujeres de mundo acostumbradas a navegar en cualquier tipo de aguas, contemplaban las curiosas formas y volúmenes abstractos de las piezas que se exhibían en varias salas.    
                                          
   Una vez concluido el visionado artístico, bajaron al patio central del edificio donde se celebraba el ágape inaugural. Junto a una gran mesa rectangular en la que se apilaban botellas de vino y cerveza, una alta estufa de exterior mitigaba el frío de la noche. Katty y Wynie, tras servirse unas copas de vino tinto, se dirigieron a la “zona caliente”. Justo en el mismo lugar dos caballeros, morenos y muy altos -los más altos de la fiesta- pretendían resguardarse de las bajas temperaturas. Junto a ellos, dos jovencitas a las que no prestaban atención y las recién llegadas Katty y Wynie con quienes, tras presentarse amablemente, empezaron a conversar. Ambos eran primos y de raza gitana. El más corpulento de los dos -1,97 metros de estatura, según les dijo- comentó a Katty que acababa de terminar sus estudios universitarios de Filosofía y se disponía a preparar su tesis doctoral, basada en la teoría del Logofonofalocentrismo.
    ¿Qué palabreja has dicho?, saltó Wynie, que tenía un oído puesto en su conversación y el otro en la que mantenía su amiga con tal alto galán.
    -Logo es el cerebro. Fono, el habla. El resto, falo y centrismo, ya lo sabéis, indicó el filósofo.
    -Sigo sin entenderlo. Explícalo en dos palabras, le pidió Wynie.
    -Por cojones, aclaró el hombre. Con ello quiero decir que el mundo, desde que existe, se mueve por eso, por cojones.
    -Jajajaja! Ahora está claro, asintieron ambas amigas soltando una sonora carcajada.
    -Desgraciadamente, así es, corroboró Katty. Si fueran las mujeres quienes domináramos el mundo, no sería tal como es. Sin ir más lejos, no habría guerras, porque el género femenino es sensible y negociador. Las madres no consentiríamos mandar a nuestros hijos a la muerte por un trozo de tierra, argumentó.
  -Eso ocurriría en el caso de que las mujeres que llegasen al poder no adoptaran la personalidad de los hombres, como ocurrió con Margaret Thatcher o Golda Meir, indicó Wynie.
  -Que eran mujeres con los mismos cojones que cualquier hombre, o incluso con más, puntualizó el filósofo. Por eso alcanzaron el poder, aseveró. Lo que quiero dejar claro es que los cojones dominan el mundo, ¿estáis de acuerdo?
   -Desgraciadamente, así es, contestaron ambas amigas al unísono.
  La velada avanzaba con los cuatro inmersos en una conversación, entre filosófica y mundana, sobre los cojones, el poder y la historia. Mientras, las dos jovencitas continuaban parapetadas junto a ellos, quietas y sin decir palabra. Hasta que el otro caballero, que dijo no ser filósofo, sino artista -pintor, para más señas- aclaró que unas de las dos jovencitas era su novia, y la otra pretendía convertirse en la de su amigo.
   -Como no habláis con ellas ni las habéis presentado, pensábamos que no las conocíais, alegó Katty en plan disculpa.
    -Os dejamos con ellas, indicó Wynie.
    -No, no importa, comentó el filósofo. Una sí es la novia de mi primo, pero yo no quiero ser el novio de la otra. Me cae bien, nada más, puntualizó con una sonrisa cínica.
    Las amigas decidieron que era mejor dejarlos con las jovencitas y se despidieron. Antes de que se alejaran, el filósofo pidió a Katty su número de teléfono. Ella se lo dio y se besaron amablemente. Continuaron un rato más en el evento, hablando con unos y con otros. Katty, feliz por la admiración que generaba en aquel ambiente sofisticado y de postín, imaginaba a su ex marido -que tenía la costumbre de llamarle marquesita para humillarla- espiándola mientras ella se desenvolvía como pez en el agua, con un savoir faire que le habían enseñado desde la más tierna infancia.
  -Si me viera pensaría, “mira la marquesita, qué ancha se encuentra en un mundo de pijos”, comentó a Wynie.
   -Pura envidia, rió ésta. No pienses ahora en tu ex, que aún nos queda mucho que ver por aquí. Y no es plan de distorsionar la cabeza con tonterías, argumentó Wynie, que vivía con los pies pegados en la tierra y no era amiga de elucubraciones que no conducían a nada.
   Conversaron con algunos caballeros más, pero salieron solas del evento. Avanzada la media noche se despedían de unos y de otros y se marchaban riendo, comentando la teoría del logofonofalocentrismo e intentando no olvidar tan compleja definición.                                        

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