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Un blog de relatos eróticos y cocina con solera. Los relatos narran las aventuras de cuatro mujeres divorciadas y sus conversaciones sobre sexo y hombres. Las recetas se elaboran siguiendo viejos cuadernos de cocina, escritos a principios del siglo XX


miércoles, 28 de noviembre de 2012

LA TENTACIÓN VIAJA EN METRO


    Aquella mañana fría y gris del invierno madrileño, Katty Lloyd descendía las escaleras del metro elegantemente vestida, maquillada, con un peinado perfecto y caminando sobre altos tacones. Tenía cita para un casting en una agencia de modelos y era consciente de que lo lógico para una mujer como ella hubiera sido tomar un taxi, pero la estrecha situación económica que atravesaba se lo impedía. Al menos, tuvo suerte y pudo encontrar un asiento libre. El enjambre de miradas masculinas que recorría su anatomía le recordaba que, con cuarenta años cumplidos, seguía siendo una hermosa hembra.
                              
    Dos paradas después, la señora que ocupaba el asiento contiguo se apeó del tren y un atractivo joven ocupó su lugar. Katty sintió que una mirada penetrante la atravesaba, aunque no se inmutó y continuó ensimismada en la lectura del diario gratuito que sujetaba entre sus finas manos. El metro continuó su marcha hasta la siguiente estación y, pasados unos minutos, ella sintió los golpecitos de unos dedos en su hombro derecho. Levantó su mirada azul de las letras del periódico y la posó en el rostro masculino.
   -Eres preciosa. Hace mucho tiempo que no veo a una mujer tan guapa como tú, y mucho menos en el metro. ¿Tienes novio?, le preguntó.
    -No, se limitó a contestar, el semblante serio y la mirada fija en el rostro masculino.
    -Pues ya lo has encontrado.
    -Demasiado joven para mí, ¿no te parece?
    -En absoluto. Me gustan las mujeres mayores. Y mucho más, una como tú, precisó. ¿Dónde vas?, quiso saber.
    -A un asunto de trabajo.
    -Dame tu teléfono. Quiero verte luego.
    Katty le dejó el número. Ni pensó ni le importó el hecho de que ese joven podría ser su hijo. Desde el momento en que se propuso expulsar al belga de sus pensamientos y de su vida no estaba dispuesta a rechazar oportunidades placenteras ni a dejar escapar trenes que solo pasan una vez en la vida... Su intuición le dijo que el muchacho apuesto y musculoso que se sentaba a su lado era uno de esos trenes y no volvería a pasar. Así que, cuando recibió la llamada de un número desconocido, varias horas después, tuvo la certeza de que era él y le lanzó un sonriente “hola”.
   El joven la invitó a cenar en su apartamento, situado en una ciudad dormitorio cercana a Madrid, pero no pudo aceptar la propuesta. Además de que esa noche tenía a su hijo en casa, no le apetecía trasladarse fuera de la ciudad para cenar con un desconocido.
   -Imposible, le contestó. Tengo un hijo pequeño y no puedo dejarlo solo. Si quieres, ven tú aquí, aunque tendrá que ser tarde, cuando él esté dormido.
     Su interlocutor aceptó y quedaron a las 11 de la noche. Nada más llegar, Katty, sonriente y silenciosa, lo condujo a sus aposentos. Se dejó desnudar por las manos nerviosas de un muchacho que, según él mismo confesó, tenía 21 años y no paraba de repetirle que estar con ella era un sueño inalcanzable que, de repente, se convertía en real. También para Katty fueron un sueño su sonrisa de niño; sus miradas pícaramente lascivas; la suavidad de su piel; su torso que parecía esculpido por las manos de un artista; la visión del pene que durante toda la noche permaneció erecto y el vigor con el que aquella herramienta entraba y salía de su interior...
     El silencio protagonizó el encuentro furtivo de ambos. Se amaron sin palabras y apenas sin jadeos porque, cuando Katty sentía que los gemidos placenteros de su acompañante se incrementaban, le sellaba los labios con sus besos. No quería que su hijo descubriera que había un hombre en su cama y, al despuntar el alba, le pidió que se marchara. Ella, que no estaba entre las mujeres que confunden el amor con el sexo, se encontraba satisfecha y no necesitaba más. Su deseo se limitaba a verlo cruzar la puerta de salida de la vivienda, pero conseguirlo no fue tan fácil. El muchacho no quería marcharse y la situación se volvía tensa conforme el reloj marcaba el transcurrir de los minutos. Katty, que al principio lo invitó amablemente a salir porque tenía que despertar a su pequeño para llevarlo al colegio, tuvo que insistir mucho e, incluso, ponerse borde para conseguir su propósito. Al fin, lo despidió con el gesto agrio y el tiempo justo. Y cuando se ponía a pensar en que había sucumbido a una locura, que había actuado de forma irresponsable o que una situación similar no podría volver a repetirse, las agujetas que cruzaban su cuerpo le recordaban que el sexo es placer, que el placer es irrenunciable y que la renuncia no se había escrito para mujeres como ella.
                                                                                                                      RoCastrillo

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