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Un blog de relatos eróticos y cocina con solera. Los relatos narran las aventuras de cuatro mujeres divorciadas y sus conversaciones sobre sexo y hombres. Las recetas se elaboran siguiendo viejos cuadernos de cocina, escritos a principios del siglo XX


martes, 27 de noviembre de 2012

EL LADO OSCURO DEL DESEO

                                   
                            UN INTENSO FINAL DE PUENTE PARA OLIVIA Y WYNIE
     Acomodados en una mesa al fondo del salón de un concurrido restaurante japonés, Olivia N. y el de 28 se devoraban con sus miradas embelesadas. El sushi y la tempura esperaban en los platos mientras ellos, ajenos al trasiego de público y camareros, sudaban cada gota del deseo que desprendían sus cuerpos ardientes. Olivia escuchaba bonitos piropos -eres la más guapa y la más sexy que pisa la noche de Madrid- entremezclados con susurros del tipo “no sabes los millones de pajas que me he hecho pensando en ti” o “no quiero cenar, solo tengo hambre de ti”. Pletórica y orgullosa, respondía con un tímido “yo también te deseo mucho”, al tiempo que su acompañante, por debajo de la mesa, rozaba y recorría sus muslos prietos con los dedos de sus pies descalzos.
                                                       
     En otro escenario distinto, un apartamento situado en el barrio de los Austrias, Wynie Smith, cansada después de una intensa jornada con el rubio, se disponía a relajarse con una ducha templada y a ponerse guapa para recibir al profesor de Matemáticas. Aunque no era su intención tener otra jornada seguida de sexo, cedió por la insistencia del hombre, que la llamó por teléfono y le calentó la oreja y otras partes de su cuerpo pidiéndole, con un tono de voz henchido de deseo, que lo dejara dormir a su lado aquella noche. Y Wynie, que no era mujer de placeres rechazados ni oportunidades perdidas, accedió a recibirlo porque tenía claro que, junto a él, el disfrute sexual estaba garantizado.
     Los entresijos del destino se pusieron de acuerdo para que, en el mismo día y a la misma hora, Olivia N. y Wynie Smith estuvieran, cada una en su casa, gozando y temblando con sensaciones similares. La primera, empotrada contra la pared de su dormitorio, sentía al de 28 entrando en su cuerpo, sus manos aplastando el torso de su compañero y sus uñas clavadas, dibujando las huellas del deseo, en la piel suave y blanca del joven. El empotramiento era su postura preferida y, en el instante más álgido de la penetración, dejaba escapar suaves alaridos y pensaba en que nada en el mundo era comparable a la dicha producida por ese cuerpo perfecto que la poseía una y otra vez; en la belleza de la musculatura masculina que acaparaba intensamente cada hueco de su anatomía de mujer abierta al gozo; y escuchaba la voz de su acompañante interrumpida por los gemidos, halagando cada curva, cada pliegue y cada movimiento de sus pezones turgentes... Y provocando que vibrara con una intensidad inusitada y de una manera exclusiva que sólo él era capaz de conseguir. “Te quiero solo para mí, eres mía, mía siempre...”, musitaba el joven, y ella se estremecía al escuchar aquellas palabras pletóricas de sensualidad, sabiendo-aunque sin querer pensarlo- que la pasión que ambos sentían era insostenible, y que aquel amor sucumbiría por el peso irremediable de quince años de diferencia...
     Como si las hadas jugaran con ambas amigas haciendo que sintieran lo mismo al mismo tiempo, Wynie gozaba con el profesor de Matemáticas entre las sábanas suaves de su ancha cama. Agasajada por el placer de sus embestidas en lo más profundo de su cuerpo, contemplaba la inmensa estampa del miembro erecto entrando y saliendo de su interior. El intenso disfrute la incitaba a pensar, de la misma forma que le ocurría a Olivia, que esa polla estaba hecha a su medida y se adaptaba a cada uno de los músculos de sus profundidades en una simbiosis perfecta. Pero, cuando se elevaba al éxtasis excelso, una silueta en forma de cuchillo afilado surgía del lado oscuro de sus pensamientos más recónditos y la apartaba del paraíso. Sombra maliciosa que le insistía en que solo era sexo, que no se confundiera, que el amor era otra cosa y que ella estaba condenada a no sentirlo. Que, como le aseguraba su amiga Emi Abbott con la constancia de la noche que sucede al día, el profesor de Matemáticas no la quería y tampoco ella podía quererlo. Porque los hombres como él tienen bastante con quererse a sí mismos y no pueden soportar la carga de más amor; y las mujeres como ella son incapaces de conformarse con lo cercano y lo posible porque el ansia que las envuelve las arrastra a desear siempre lo lejano e inalcanzable. Era en esos momentos cuando Wynie Smith, su cuerpo envuelto del sudor de la pasión, pensaba en su ex marido, en Ése y en todos los hombres que la habían estrechado entre sus brazos... Entonces, un escalofrío cruzaba su cuerpo de arriba a abajo. Ahogada por la sensación de que su respiración se paraba, se estremecía...
                                                                                                                      RoCastrillo

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