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Un blog de relatos eróticos y cocina con solera. Los relatos narran las aventuras de cuatro mujeres divorciadas y sus conversaciones sobre sexo y hombres. Las recetas se elaboran siguiendo viejos cuadernos de cocina, escritos a principios del siglo XX


miércoles, 23 de mayo de 2012

Katty, su amante belga y el abismo

    Entre ella y su amante, el destino solo dibujó lágrimas desconsoladas y el abismo...
    Después de un año de citas clandestinas en hoteles de la ciudad, Katty había caído en las redes de su amante belga, Pensaba en él constantemente, hablaba de él a sus amigas y, lo que es peor: cuando salía de marcha nocturna no ligaba porque tenía al belga ocupando su cabeza y cada uno de los poros de su blanca piel. En resumidas cuentas: se había enamorado de un hombre casado que nunca sería del todo suyo. Aunque él le advirtió desde el primer momento que no iba a dejar a su familia por nadie, Katty albergaba la secreta esperanza de que la intensidad de aquellos fogosos encuentros consiguiera hacerlo cambiar de parecer. Sin embargo, lo único que obtuvo de él fue la promesa de que la llamaría cada vez que pasara por Madrid.
                                           
    Al principio no estaba muy convencida de querer convertirse en “la otra”, y dar placer a un hombre que también lo encontraba con su legítima en el lecho conyugal. Pero, como le repetía insistentemente su amiga Emi Abbott, renunciar al placer es muy difícil y ella, en efecto, no tenía fuerzas para hacerlo. Así que cada vez que el belga le ponía un SMS anunciándole que llegaba a la ciudad, corría a refugiarse en sus brazos y a deleitarse en la fogosidad de su musculada anatomía. De nada sirvieron las largas conversaciones con sus íntimas, ni las recomendaciones de Wynie y de Olivia en el sentido de que los mandatos del corazón y los sentimientos pueden doblegarse: “piensa en el belga como en un objeto de deseo, disfruta de él cuando venga y olvida que existe en el momento en que coja la puerta. Haz con él lo mismo que él contigo, porque de lo contrario sufrirás mucho”, le repetían hasta la saciedad.
    Puede que muchas mujeres conozcan la manera de manejar los asuntos del corazón para que no les hagan daño, pero Katty no estaba entre ellas. Durante toda su infancia y adolescencia fue testigo de la convivencia en una familia idílica, con unos padres que se amaban con locura, y había comprobado que la llama de ese amor no se apagaba con el paso del tiempo ni flaqueaba con los problemas del acontecer diario. Ella, que anhelaba exactamente eso para sí misma, no lo consiguió con quien creyó el hombre de su vida, el padre de su hijo. Tras muchos años de sinsabores y una ruptura amarga, decidió afrontar el fracaso y seguir luchando por el sueño de encontrar al hombre ideal, pese a las repetitivas advertencias de Emi, Wynie y Olivia, reafirmándose en el convencimiento de que ese hombre no existe.
     Katty meditó durante muchos días sobre la cuestión de si sería capaz de aceptar las invitaciones del belga de pasar con él las noches que estuviera en Madrid, y olvidar luego que existía para seguir buscando al bueno, al hombre de verdad que la amara como su padre amó a su madre. Y cuando decidió que sí, que merecía la pena intentarlo, la oferta ya no estaba en pie aunque ella no lo sabía. Ni siquiera fue consciente de que el adiós se estaba cuajando durante ese “finde muy abierto” que pasaron las amigas. UN FINDE MUY ABIERTO (I)  De hecho, El Belga se despidió hasta dentro de quince días y ella los dejó transcurrir con el recuerdo emocionado de las horas, los minutos y los segundos compartidos. El calendario siguió moviéndose durante quince días y, llegado el momento, no hubo SMS ni llamadas, ni razones para pensar que El Belga continuaría existiendo en su vida. Entre ella y su amante, el destino solo dibujó lágrimas desconsoladas y el abismo...
     Lloró tanto y lo consideró todo tan perdido que el día en que calculó que El Belga -según el plan que él mismo le había comunicado- estaría ya en Madrid, no pudo reprimirse. Lo llamó varias veces desde su móvil, le puso un SMS y un mensaje de voz y no obtuvo respuesta. El desconsuelo la refugió en los brazos de su amiga Wynie y ésta, muy resuelta, se propuso averiguar lo que estaba pasando.
-Lo primero que tenemos que descubrir -le dijo- es si le ha ocurrido algo o si no te coge el teléfono porque no le sale de los mismísimos, aunque me temo que se trata de esto último.
-Ya. Tú como siempre, pensando bien, lamentó Katty. ¿Mira que si ha tenido un accidente?
-Ja, ja. Qué ingenua eres, darling. Te he dicho mil veces que la única forma de acertar con los hombres es pensando mal de ellos. Él no conoce mi número, así que ya sabes. Coge mi teléfono y llámalo. Verás cómo contesta.
    Wynie no se equivocó, y Katty escuchó la voz de su amado al otro lado del aparato. Típicas y lacónicas palabras que la arrastraron a una sobredosis de amarga realidad: “lo siento, no puedo volver a verte. Ya sabes, tú me gustas mucho pero tengo una familia, no puedo dejar a mi mujer y a mis hijos, blabla, blabla, blablabla...
    Un fuerte abrazo de Wynie se interpuso entre Katty y el abismo. “Mejor así, ese hombre no te convenía, ya te lo advertimos. Ponte ahora mismo a hacer los deberes del olvido y no vuelvas acercarte a un tipo casado. Cuando se quitan el anillo y se echan a las calles no se merecen ni que los miremos a la cara”, indicó a su amiga con la tranquilidad y la parsimonia típicas de quién tiene las cosas muy claras. Ignorando que el destino estaba a punto de jugarle -también a ella- una mala pasada.
                                                                       

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